Durante años, María Matilde Guaján convivió con una masa en el cuello que creía inofensiva. En San Luis de Agualongo, su comunidad natal en la provincia de Imbabura, estas protuberancias son comunes y muchas veces asociadas al bocio, un padecimiento casi cotidiano en la zona rural andina. Sin embargo, lo que afectaba a María era mucho más grave: un cáncer de tiroides avanzado que invadía silenciosamente las estructuras profundas de su cuello.
María, de 59 años, soportó durante dos años un dolor constante. Dejó de trabajar, se aisló socialmente y apenas podía dormir por las molestias y la dificultad para respirar. “Me quemaba, me dolía el brazo, el cuello… sentía que ya no podía más”, relata. Su estado físico y emocional se deterioraba con rapidez. Para cuando llegó al Hospital de Especialidades Eugenio Espejo, en Quito, el pronóstico era reservado. Varios centros de salud ya la habían desahuciado.
Pero el equipo médico del hospital decidió intentarlo todo.
El pasado 19 de marzo, María fue sometida a una cirugía de seis horas de duración. El procedimiento incluyó la extracción de una masa tumoral de casi 20 centímetros y la reconstrucción de la zona afectada del cuello mediante injertos de piel tomados del pecho. Fue una operación de alta complejidad, con múltiples riesgos y sin garantías de éxito. “No sabíamos si iba a salir de la operación, pero lo lograron”, cuenta su hija, quien no se separó de su lado en todo el proceso.
Actualmente, María continúa en seguimiento médico estricto. Cada tres días acude al hospital para limpiezas y controles postoperatorios. Aunque ha quedado con secuelas visibles —como la caída parcial de un párpado— su calidad de vida ha mejorado notablemente: respira mejor, el dolor ha disminuido y ha comenzado a recuperar la esperanza.
“Me han devuelto las ganas de vivir”, afirma con lágrimas en los ojos. Ya piensa en volver a hacer tapices, una labor que ama, y en cuidar de sus animales, pequeñas actividades cotidianas que le dan sentido a su día a día.
La historia de María es también un llamado de atención sobre cómo, en muchas comunidades, ciertas enfermedades se han normalizado al punto de pasar inadvertidas hasta que es demasiado tarde. Y, al mismo tiempo, es un testimonio de que incluso en los escenarios más complejos, la medicina, la entrega profesional y la fe pueden abrir una nueva oportunidad.
Porque a veces, volver a vivir empieza simplemente con poder respirar… sin miedo.