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Así inicia el relato de Félix María Zambrano Freire, un hombre que no solo vino al mundo a vivir, sino a resistir. Su primer encuentro con el hospital Eugenio Espejo fue en el antiguo edificio, en los años 60, luego de haber ingerido accidentalmente un agente cáustico. Su esófago colapsó. Ni saliva podía pasar. La vida de un niño en peligro.

Su primer diagnóstico fue erróneo. Lo llamaron “enfermo psicológico” y fue dado de alta. Pero su madre, valiente como tantas, lo llevó al antiguo San Juan de Dios, donde comenzó un largo proceso médico. Le hicieron una gastrostomía. Él recuerda con claridad ver cómo la leche ingresaba a su cuerpo a través de una manguerita. Tenía que mantenerse fuerte para una cirugía mayor.

Pero su cuerpo reaccionó. La anestesia, el estado crítico en el que estaba, el color verde de su piel… todo apuntaba a que no había marcha atrás. Y sin embargo, sucedió lo impensable: un vómito forzado reventó el esófago… y se volvió a abrir. Un milagro médico. O simplemente la voluntad de un joven que quería vivir.

Décadas después, ya siendo adulto mayor, la historia se repite. El esófago vuelve a cerrarse. Su voz se quiebra al contar que para beber un solo vaso de agua necesitaba 20 intentos. Su alimentación se redujo a papillas y líquidos, preparados con paciencia y amor por su esposa, su ángel guardián.

Desde la parroquia de El Quinche, comenzó el peregrinaje médico una vez más. Primero al Hospital Enrique Garcés, donde recibió dilataciones esofágicas. Luego, ante el nulo avance, el temor regresó: ¿una nueva espera de años para una cita?

No se rindió.

Con papeles en mano, llegó personalmente al Eugenio Espejo. Y fue ahí donde, en medio de trámites y confusiones, sucedió otro pequeño milagro: una funcionaria entendió su urgencia, le ayudó con los turnos y en cuestión de minutos ya estaba citado a cirugía y endoscopía. El doctor Tulcanazo, el doctor Luis Rivas… todos actuaron con la misma premura con la que Félix relataba su historia.

“Como si yo fuera una persona influyente… pero solo era un hombre que quería seguir comiendo, seguir viviendo.”

Hoy, Félix celebra sus 72 años en el lugar donde todo empezó. Con gratitud. Con humildad. Con memoria.

Y con una frase que lo resume todo:

“Enfermo que no come está condenado a morir. Y yo, gracias a este hospital, puedo seguir comiendo… y celebrando la vida.”