A veces, entre pasillos y jornadas aceleradas, nos cruzamos con verdaderos pilares humanos del hospital sin siquiera saberlo. Uno de ellos es Juan Manuel Chiliquinga, a quien todos llaman con cariño “Don Juanito”. Con 62 años y más de tres décadas de entrega silenciosa, ha sido testigo del crecimiento del hospital y protagonista de incontables historias de sanación. Su recorrido comenzó en 1993, y desde entonces ha dedicado su vida a la rehabilitación física de pacientes, recorriendo áreas como cuidados intensivos, traumatología o cirugía general, con un único objetivo: devolverle al paciente la posibilidad de caminar, de abrazar, de volver a vivir.
Lo suyo no es solo una profesión, es una vocación profunda. Juanito recuerda con emoción los casos de personas que llegan sin poder moverse. “Esa es nuestra verdadera paga”, dice con los ojos brillantes, “verles salir caminando como nuevos”. En sus palabras se siente la humildad de quien sabe que servir es una forma de amar, y que cada tratamiento es una muestra de compromiso, entrega y humanidad.
Fuera del hospital, su espíritu no descansa. Aún con la jornada cumplida, Don Juanito visita hogares para atender a quienes no pueden trasladarse, con la misma calidad y calidez que le caracteriza. Pronto se jubilará, pero su corazón seguirá latiendo fuerte por su vocación. Dice que no puede imaginarse sin trabajar, así que planea seguir atendiendo pacientes a domicilio, pero también dedicarse más a su familia, a su esposa –quien también fue parte del hospital– y a sus hijos, uno de ellos fisioterapeuta como él. Juanito se despide con la serenidad del deber cumplido y la alegría de quien ha hecho lo que ama.