A las cinco de la mañana, cuando los primeros rayos de sol se insinúan tímidamente, Manuel Octavio León Fernández ya está de pie. Tiene 53 años, pero conserva la energía de quien ha encontrado propósito en cada jornada. Manuel llegó al hospital en enero de 2012. Empezó en radio despacho, trabajando codo a codo con el área de emergencia, recibiendo pacientes y enviando ambulancias. Dos años más tarde, pasó al área de gerencia como conductor. Desde entonces, ha sido los ojos, las manos, el resguardo y la calma de cada gerente que ha pasado por el hospital.
“Es una gran responsabilidad. No solo llevas a una autoridad; llevas confianza”. Su experiencia previa en seguridad privada le ha dado herramientas, pero es su ética y su humanidad las que realmente lo convierten en un pilar invisible y esencial del hospital. Y es que Manuel no solo conduce. Manuel está en todas partes. Si falta un vehículo para una ambulancia, él está ahí. Si alguien necesita una mano, un dato, una orientación, ahí está él, con una sonrisa, con la certeza de quien ama lo que hace.
Pero su labor no termina cuando apaga el motor. Porque para Manuel, el verdadero premio está al final del día, cuando vuelve a casa, cuando abre la puerta y lo recibe su familia. “Mi Dios me ha permitido servir, hacer lo que me gusta y regresar con bien al hogar”. En los pasillos del hospital, muchos lo conocen como Manuelito, con ese diminutivo que en realidad no le resta grandeza, sino que lo acerca más al cariño de quienes lo rodean. Porque Manuel no solo trabaja en el hospital. Manuel lo habita, lo cuida, lo ama. Y eso no se enseña, se siente.”