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En medio de la prisa y la incertidumbre del hospital, la presencia de Héctor Tapia es un bálsamo de calidez y humanidad. Con su carisma y entrega, se ha convertido en una figura entrañable para quienes transitan sus pasillos. Su historia es la de un trabajador incansable que, con una sonrisa y una escoba en la mano, ha superado desafíos con humildad. Héctor inició su camino como guardia de seguridad en los años 2000, pero en 2012 pasó a formar parte del equipo de servicios generales, un rol que ha desempeñado con la misma dedicación.
Para él, el hospital es un segundo hogar, donde ha construido amistades y lazos de respeto. Desde temprano, barre los parqueaderos, mantiene limpios los espacios y recoge los desechos, siempre con la intención de dar lo mejor de sí. Aunque algunas de sus responsabilidades han cambiado, su espíritu de servicio sigue intacto. "A veces me acongoja no poder hacer más", confiesa con humildad. Más allá de la limpieza, Héctor ha aprendido a escuchar a pacientes y familiares que, entre la esperanza y el dolor, encuentran en él una presencia amigable. "Cuando la gente agradece la ayuda recibida, eso nos motiva a seguir adelante", comparte con emoción.
Su mensaje para las nuevas generaciones es claro: mantener la actitud, la responsabilidad y el compromiso. Para Héctor, su labor es una vocación que le ha permitido crecer y sentirse valorado. Hoy sigue recorriendo los pasillos, asegurándose de que cada rincón brille, de que cada pregunta tenga respuesta y de que su presencia ilumine un poco el día de quienes lo rodean. Su historia es un recordatorio de que los verdaderos héroes, muchas veces, son aquellos que con esfuerzo y humildad hacen del mundo un mejor lugar.