Hoy queremos presentarles a una persona extraordinaria, un ser humano cuya calidad de atención y calidez dejan huella en cada usuario que atiende. Se trata de Anita Olalla, una profesional con 15 años de servicio en nuestra institución. Desde el primer momento en que llegamos a su espacio de trabajo, nos impactó su forma de recibir a cada persona: “Buenos días, estimados usuarios, les saluda Anita Olalla, ¿en qué puedo ayudarle?”. Con esa frase, llena de empatía y energía, abre la puerta a un servicio humanizado, donde cada solicitud es atendida con esmero y agilidad.
Anita Elizabeth Olalla Zapata tiene 58 años y un historial profesional que refleja su entrega. Es licenciada en enfermería, egresada en 1990. Su ingreso a la institución fue motivado por su condición de discapacidad, una hemiplejía izquierda con un 75% de afectación. Sin embargo, eso nunca fue un impedimento para ella. Inició en el servicio de Emergencia, aunque luego fue reasignada a un cargo administrativo. Desde entonces, ha pasado por diversas unidades, incluyendo Neurología Clínica y Dirección Médica, hasta llegar a Atención al Usuario, donde sigue desempeñándose con pasión y compromiso.
Lo que distingue a Anita es su amor por el servicio. “Amo servir, amo ser útil, amo a los usuarios, amo a mis pacientes, los cuido con todo el esmero y amor”, nos dice con una sonrisa. Su entrega va más allá de su labor cotidiana; su espíritu altruista la convierte en un referente para todos. “Nos hace falta empatía”, reflexiona. “Ponernos en los zapatos del otro, entender que los usuarios llegan con una enfermedad y necesitan atención con calidez”.
Además de su pasión por la enfermería, Anita tiene un sueño que está cumpliendo a través de su hijo, quien está por obtener su doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de Illinois en Chicago. “Es el sueño que yo quise, yo fui dirigente del gremio de enfermeras y siempre me atrajeron las ciencias sociales”. Su historia es un testimonio de esfuerzo, resiliencia y amor por la vida.
Anita es un ejemplo viviente de que las limitaciones físicas no definen la capacidad de una persona. Con su bastón en mano, recorre cada espacio, ayuda, escucha y atiende con la misma energía de siempre. “Yo me convierto en Uber, Anita”, nos dice con humor. Su condición de salud no ha sido un obstáculo, sino una motivación para seguir adelante, demostrando que la verdadera fuerza radica en el corazón y la voluntad de servir.