Cuando uno entra al Hospital Eugenio Espejo y pregunta por el Dr. Eduardo Basantes, las respuestas siempre van acompañadas de una sonrisa. “Es el médico que siempre nos recibe con alegría”. Pero detrás de esa energía contagiosa, hay un profesional que ha entregado su vida a la medicina y que ha encontrado en la cirugía plástica una forma de sanar, no solo cuerpos, sino también almas.
Con casi quince años en el hospital, su recorrido ha sido de esfuerzo y entrega. Empezó como residente y hoy es el responsable del Servicio de Cirugía Plástica. Su labor no se limita a una sola sala de operaciones; su presencia es requerida en traumatología, emergencias y hasta en otros hospitales donde su experiencia es vital. Pero lo curioso es que, en sus primeros años, nunca imaginó este destino.
Su sueño era ser arquitecto, pero la vida lo llevó por otro camino. En su segundo año de carrera, estuvo a punto de abandonarlo todo. Sin embargo, un giro inesperado lo llevó a la unidad de quemados, donde un residente le mostró el lado más humano y desafiante de la cirugía plástica. “Me enamoré de la especialidad por los pacientes “, recuerda. Y desde entonces, supo que su vocación no estaba en construir edificios, sino en reconstruir vidas.
El Dr. Basantes ha visto pasar innumerables pacientes, pero algunos quedan tatuados en su memoria. Como aquella madre soltera, cuyo cuerpo luchó, pero cuyo espíritu se rindió. “Hice una amistad con ella y su hijo. Cuando falleció en mi guardia, tuve que darle la noticia. Fue un dolor que aún conservo conmigo”. No es el único caso que lo ha marcado. Jóvenes que le han tomado la mano en su lecho de quemaduras, suplicando por otra oportunidad de vida, han dejado en su corazón heridas invisibles, cicatrices que no se curan con bisturí.
A pesar de las largas horas y el agotamiento, cada mañana vuelve al hospital con la misma determinación. Lo que lo motiva no es el prestigio ni el dinero, sino la satisfacción de ver a un paciente levantarse, volver a caminar, sonreír después de la tormenta. “Eso es lo que realmente me mueve”, dice con emoción.
Para sobrellevar el estrés, encuentra refugio en su familia. Viajar, comer en buenos restaurantes y ver jugar a sus hijos es su mejor terapia. “El estrés nunca se quita, solo hay que aprender a vivir con él”, admite.
A quienes sueñan con seguir su camino, les deja un mensaje claro: “Nunca olviden por qué quisieron ser médicos. No pierdan su camino, porque la medicina es un arte, y el arte más hermoso es el de sanar”.
Dr. Eduardo Basantes, el médico que no pensó serlo, pero que hoy no puede imaginar su vida sin devolverle a la gente algo más que salud: la esperanza.