“En el área de Neurología, encontramos Hye Jung Kang Lee, más conocida como Anita Kang, sentada junto a su esposo Juan. Ella, de rostro sereno y mirada profunda, nos observa con una chispa nueva en los ojos. Esa luz no es solo reflejo de la mejoría física que ha experimentado, sino de la esperanza que ha renacido tras días de incertidumbre. “Es un milagro”, repite con humildad y gratitud.

Su condición era crítica, y hoy, con voz clara, sueña con volver pronto a la vida… incluso a la pachanga. Su historia no ha sido fácil. Tras recorrer varias instituciones sin diagnóstico claro y hasta con dudas sobre su estado mental, fue en este hospital donde, finalmente, le confirmaron que padecía el síndrome de Guillain-Barré. Gracias a la intervención del equipo de neurología, el apoyo de medicina interna y muchas manos comprometidas, Anita comenzó un tratamiento intensivo que ha cambiado radicalmente su estado. Aunque no fue sometida a cirugía, la atención fue constante, delicada, humana. Incluso en los momentos más duros, cuando pensaba rendirse, decidió confiar y dejar su recuperación en manos de Dios… y del equipo médico. Juan, su compañero de vida desde 1987, no se separa de su lado.

Es testigo de cada gesto de cuidado, de cada palabra de aliento. Habla con gratitud de todos: médicos, enfermeras, auxiliares, hasta quienes llevan las bandejas con la comida. Su recuperación es aún un proceso, pero ha dado pasos importantes, y los médicos han decidido continuar el tratamiento sin necesidad de intervenciones invasivas. Hoy, Anita es ejemplo de fe y de fortaleza. A quienes atraviesan enfermedades complejas, les deja un mensaje: “Tengan fe, hagan caso a los médicos. Así se sale adelante, como yo… como un milagro.” Su historia nos recuerda que, detrás de cada paciente, hay una vida que espera volver a sonreír. Y que, en este hospital, cada vida importa.”

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