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Cada mañana, cuando el reloj marca las 6:00 a. m., Robin Cuasapaz ya está en el hospital. Antes que su jornada comience oficialmente, realiza una inspección meticulosa de la ambulancia que tendrá bajo su responsabilidad durante las siguientes horas. Revisa niveles, limpia el interior, ordena implementos y verifica que todo esté en perfecto estado. “Es como cuidar una joya. Nunca se sabe cuándo la vida de alguien dependerá de cada detalle”, dice con voz serena.

Robin lleva 14 años al servicio del Hospital de Especialidades Eugenio Espejo como conductor de ambulancias. Su lugar de trabajo no es una oficina, ni un consultorio. Es la calle, el asfalto, las esquinas donde se cruzan el dolor y la urgencia. En esos escenarios, Robin no solo conduce: actúa, contiene, asiste, y muchas veces, salva.

“Hay ocasiones en las que llego antes que los bomberos o paramédicos, y tengo que intervenir de inmediato”, recuerda. Su formación y experiencia le han permitido prestar primeros auxilios, inmovilizar pacientes y colaborar en rescates complicados. Todo, mientras mantiene la calma y guía su unidad hacia el hospital en tiempo récord, pero con seguridad.
Vocación que no descansa

La jornada de Robin puede extenderse por horas, y nunca es igual. Algunos días atiende emergencias de tráfico, otros traslados críticos desde provincias o zonas rurales. “El día que atiendo dos o tres emergencias, me voy satisfecho. Siento que he cumplido con mi misión”, afirma.

Su relato está cargado de vivencias intensas, pero también de humanidad. Habla con respeto de los pacientes, del trabajo en equipo con el personal médico y de lo que significa conducir una ambulancia en medio del caos urbano. “Hay que ser firme, pero también sensible. Cada minuto cuenta, cada decisión importa”, explica.
Un sueño que lo impulsa

Antes de incorporarse al hospital, Robin trabajaba de forma independiente y contaba con su propia ambulancia. Hoy, su sueño es volver a tener una. No como un negocio, sino como un proyecto de vida. “Me gustaría aportar más, llegar a donde no siempre se puede llegar. Seguir sirviendo, pero con más alcance”, comparte.

No busca reconocimientos ni homenajes. Para él, el mayor premio es regresar a casa, mirar a su familia a los ojos y saber que ha hecho lo correcto. “A veces no tienes tiempo ni de comer, pero cuando sabes que alguien vivió gracias a lo que hiciste, todo vale la pena”, confiesa.
Héroes cotidianos

Robin Cuasapaz representa a los cientos de trabajadores de salud que, fuera del foco mediático, cumplen su labor con compromiso y entrega. Es uno de esos héroes silenciosos, cuya historia inspira y recuerda que, detrás de cada sirena que se escucha en la ciudad, hay una persona dispuesta a darlo todo por salvar una vida.